Sentado en el escritorio del departamento, estaba solo, a
oscuras. Hacía tiempo que las ideas iban y venían. Ideas malas unas, otras
posiblemente buenas y otras no alcanzaba a clasificarlas, el caso es que tenía
tiempo en que no encontraba respuesta a preguntas que tenía, por momentos ni
siquiera sabía cómo hacer las preguntas. Había tratado de hablar por teléfono
con alguien. Nadie respondió, era uno de esos días en que se siente que se necesita
hablar con alguien, de lo que sea, pero todos están ocupados. Por momentos
sentía que las ideas no las lograba ordenar, y así me fui quedando dormido
frente al monitor de la computadora.
No había ruido afuera, este edificio en el que todo se
escucha y se enteran todos de lo que no les importa, muy a pesar de no querer
enterarse. Adentro, ni música, ni
televisión, ni nada, sólo silencio y oscuridad. No estaban los vecinos de al
lado, estaba seguro de eso. En una ocasión, al poco tiempo de haber llegado al
departamento, la respetable vecina del departamento del piso de arriba, se tomó
la molestia de llamarme por teléfono, para preguntarme ¿por qué movía los
muebles? una vez que estaba haciendo el aseo. Me contuve para contestarle,
-nada más, porque se me hinchó el ombligo-. El caso es que aunque no quisiera,
estaba más o menos enterado de cuando había alguien más en el lugar y ahora no
era así.
De repente sentí una
inquietud, me recorrió una especie de escalofrío desde los pies, hasta la
cabeza. En el sueño, que no llegó a ser profundo, sentí cómo una sombra, más
oscura que el resto de la habitación se acercaba a mí por detrás, con los
brazos abiertos, pero no para darme un abrazo. La vi en sueños caminando hacia
la silla en donde estaba sentado, como si viniera del pasillo de los cuartos o
acabara de entrar por la puerta y lo primero que hizo fue buscar donde estaba
yo.
Desperté con el sobresalto, di la vuelta a la silla del
escritorio y volteé hacia un lado y hacia otro, con lo que alcanzaba a ver en
la oscuridad y la tenue luz que llegaba de las lámparas de la calle. No acababa
de pasárseme la sensación del escalofrío que sentí y me puse de pie y caminé
hacia la sala. Encendí la luz para asegurarme que no hubiera nadie. Nada. Fui a
la cocina, igual, nada. Me dirigí al pasillo que da a las habitaciones y las
revisé, una por una, lo mismo los closets; luego al baño. Nada. Estaba sólo.
Me sentí un poco ridículo conmigo mismo. No pude evitar
recordar que dos personas me habían dicho que no les gustaba el departamento,
por razones que no me parecían lógicas. Me dirigí de nuevo al escritorio y me
senté frente a la computadora.
Tardé más en llegar al lugar que en lo que sentí nuevamente
la necesidad de voltear. Me di la vuelta en la silla hacia la sala y ahí
estaba. Describirlo es difícil, no era ni joven ni viejo, llevaba pantalón de
mezclilla, camiseta negra y botas vaqueras.
-Buenas noches- me dijo –pasaba por
aquí y decidí visitarte
-¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste? –pregunté
-¿De verdad necesito responder?
Seguramente sabes quién soy. Hablan mucho de mí, algunos quisieran que viniera con
ellos para ayudarlos
En ese momento no pude evitar ver nuevamente las botas que
llevaba puestas.
-Tú mismo me has llamado- continuó-
Escuchas canciones que me mencionan, ves películas que me personifican
-Bueno, es difícil no hacerlo,
hasta Fito Páez te menciona
-Ah, Páez, que dice que me quite
el antifaz. Si, que cosas, ¿no? Por un lado dicen que me temen y por otro no pueden
dejar de mencionarme. ¿Tú de cuáles eres?
-¿De verdad es necesario que
conteste? No creo que hayas venido solamente como una visita social o porque
andabas haciendo tu “trabajo” y decidiste entrar aquí
-Te crees muy listo y ese es tu
error. Y no esperes que te diga frases sacadas de “El Abogado del Diablo”. Vine
porque como todo buen prestador de servicios, creo que puedo tener algo para ti-
Mientras decía eso, no dejaban de llamarme la atención sus botas- Todos creen
que saben cómo funciona, pero están tan ocupados gastando desde antes lo que
desean que ni siquiera saben lo que les digo. Pero a ver, dime que necesitas y
te diré si puedo dártelo o no. Pero te advierto que aún no me ha tocado alguien
que me pida algo que no pueda darle.
-A ver- me quedé pensando un
momento- ¿Qué tal una dona?
-¡No mames! No eres Homero
Simpson- me contestó y arqueó la ceja por un momento- Pide algo, aprovecha que
estoy aquí. ¿Cuantas personas importantes han pasado a visitarte? Ahora que
tienes la oportunidad, aprovéchala
-¿Qué tal, ser muy sensible?
-¿Sigues con tus chingaderas?
Deja de ver tanta televisión.
-Espérate, estoy pensando,
después de todo tienes razón, en caso de ser quien creo que eres, no siempre se
tienen este tipo de visitas. Aunque sea por lo viejo.
-Sé que quieres algo, pero así
son las cosas, no te puedo dar nada si no me lo pides tú mismo y de esa manera
puedo yo cobrar, mis, digamos, honorarios. Que quieres, también yo debo seguir el procedimiento.
-¿Y si me dieras un coche Fórmula
1?
-Te crees muy chistoso. No me
hagas perder mi tiempo. Si tú no tienes nada que hacer, yo sí. Tú pierdes la
oportunidad. Pero por aquí andaré, yo si atiendo a mis clientes, no como la
competencia.
En ese momento se puso de pie enfrente de mí y me dijo.
-Por
cierto, ¡que te importa!
Y caminó hacia la puerta y salió del departamento.
En ese momento me quedé parado viendo hacia la puerta por un instante y me quedé pensando en lo que me acababa de pasar y me preguntaba, si
sabía lo que le quería preguntar, ¿por qué no me lo dijo? ¿Dónde conseguirá sus
zapatos? Ha de ser difícil encontrar uno de cabra y otro de pollo.