miércoles, 11 de diciembre de 2013

La Visita

Sentado en el escritorio del departamento, estaba solo, a oscuras. Hacía tiempo que las ideas iban y venían. Ideas malas unas, otras posiblemente buenas y otras no alcanzaba a clasificarlas, el caso es que tenía tiempo en que no encontraba respuesta a preguntas que tenía, por momentos ni siquiera sabía cómo hacer las preguntas. Había tratado de hablar por teléfono con alguien. Nadie respondió, era uno de esos días en que se siente que se necesita hablar con alguien, de lo que sea, pero todos están ocupados. Por momentos sentía que las ideas no las lograba ordenar, y así me fui quedando dormido frente al monitor de la computadora.
No había ruido afuera, este edificio en el que todo se escucha y se enteran todos de lo que no les importa, muy a pesar de no querer enterarse. Adentro, ni música, ni televisión, ni nada, sólo silencio y oscuridad. No estaban los vecinos de al lado, estaba seguro de eso. En una ocasión, al poco tiempo de haber llegado al departamento, la respetable vecina del departamento del piso de arriba, se tomó la molestia de llamarme por teléfono, para preguntarme ¿por qué movía los muebles? una vez que estaba haciendo el aseo. Me contuve para contestarle, -nada más, porque se me hinchó el ombligo-. El caso es que aunque no quisiera, estaba más o menos enterado de cuando había alguien más en el lugar y ahora no era así.
De repente sentí  una inquietud, me recorrió una especie de escalofrío desde los pies, hasta la cabeza. En el sueño, que no llegó a ser profundo, sentí cómo una sombra, más oscura que el resto de la habitación se acercaba a mí por detrás, con los brazos abiertos, pero no para darme un abrazo. La vi en sueños caminando hacia la silla en donde estaba sentado, como si viniera del pasillo de los cuartos o acabara de entrar por la puerta y lo primero que hizo fue buscar donde estaba yo.
Desperté con el sobresalto, di la vuelta a la silla del escritorio y volteé hacia un lado y hacia otro, con lo que alcanzaba a ver en la oscuridad y la tenue luz que llegaba de las lámparas de la calle. No acababa de pasárseme la sensación del escalofrío que sentí y me puse de pie y caminé hacia la sala. Encendí la luz para asegurarme que no hubiera nadie. Nada. Fui a la cocina, igual, nada. Me dirigí al pasillo que da a las habitaciones y las revisé, una por una, lo mismo los closets; luego al baño. Nada. Estaba sólo.
Me sentí un poco ridículo conmigo mismo. No pude evitar recordar que dos personas me habían dicho que no les gustaba el departamento, por razones que no me parecían lógicas. Me dirigí de nuevo al escritorio y me senté frente a la computadora.
Tardé más en llegar al lugar que en lo que sentí nuevamente la necesidad de voltear. Me di la vuelta en la silla hacia la sala y ahí estaba. Describirlo es difícil, no era ni joven ni viejo, llevaba pantalón de mezclilla, camiseta negra y botas vaqueras.

-Buenas noches- me dijo –pasaba por aquí y decidí visitarte
-¿Quién eres tú? ¿Cómo entraste? –pregunté
-¿De verdad necesito responder? Seguramente sabes quién soy. Hablan mucho de mí,   algunos quisieran que viniera con ellos para ayudarlos

En ese momento no pude evitar ver nuevamente las botas que llevaba puestas.

-Tú mismo me has llamado- continuó- Escuchas canciones que me mencionan, ves      películas que me personifican
-Bueno, es difícil no hacerlo, hasta Fito Páez te menciona
-Ah, Páez, que dice que me quite el antifaz. Si, que cosas, ¿no? Por un lado dicen que  me temen y por otro no pueden dejar de mencionarme. ¿Tú de cuáles eres?
-¿De verdad es necesario que conteste? No creo que hayas venido solamente como    una visita social o porque andabas haciendo tu “trabajo” y decidiste entrar aquí
-Te crees muy listo y ese es tu error. Y no esperes que te diga frases sacadas de “El  Abogado del Diablo”. Vine porque como todo buen prestador de servicios, creo que  puedo tener algo para ti- Mientras decía eso, no dejaban de llamarme la atención sus  botas- Todos creen que saben cómo funciona, pero están tan ocupados gastando  desde antes lo que desean que ni siquiera saben lo que les digo. Pero a ver, dime que  necesitas y te diré si puedo dártelo o no. Pero te advierto que aún no me ha tocado  alguien que me pida algo que no pueda darle.
-A ver- me quedé pensando un momento- ¿Qué tal una dona?
-¡No mames! No eres Homero Simpson- me contestó y arqueó la ceja por un momento-  Pide algo, aprovecha que estoy aquí. ¿Cuantas personas importantes han pasado a  visitarte? Ahora que tienes la oportunidad, aprovéchala
-¿Qué tal, ser muy sensible?
-¿Sigues con tus chingaderas? Deja de ver tanta televisión.
-Espérate, estoy pensando, después de todo tienes razón, en caso de ser quien creo  que eres, no siempre se tienen este tipo de visitas. Aunque sea por lo viejo.
-Sé que quieres algo, pero así son las cosas, no te puedo dar nada si no me lo pides tú  mismo y de esa manera puedo yo cobrar, mis, digamos, honorarios. Que quieres,  también yo debo  seguir el procedimiento.
-¿Y si me dieras un coche Fórmula 1?
-Te crees muy chistoso. No me hagas perder mi tiempo. Si tú no tienes nada que hacer,  yo sí. Tú pierdes la oportunidad. Pero por aquí andaré, yo si atiendo a mis clientes, no  como la competencia.

En ese momento se puso de pie enfrente de mí y me dijo.

             -Por cierto, ¡que te importa!

Y caminó hacia la puerta y salió del departamento.

En ese momento me quedé parado viendo hacia la puerta por un instante y me quedé pensando en lo que me acababa de pasar y me preguntaba, si sabía lo que le quería preguntar, ¿por qué no me lo dijo? ¿Dónde conseguirá sus zapatos? Ha de ser difícil encontrar uno de cabra y otro de pollo.

martes, 3 de diciembre de 2013

Mi calle

Siempre que vemos hacia atrás, nos parece que ha pasado muy rápido el tiempo. Más aún cuando comparamos lo que es hoy, lo que sea, con lo que era antes.
Cuando llegué a Silao, Guanajuato, hace ya nueve años, no fue raro que más de una persona al saber que soy de Monterrey, me dijera cosas como "y que haces en ese pueblo, salte de ahí". El caso es que sí, es cierto, es un lugar chico, con dos calles que se pueden decir, principales y el resto, casi todas, calles pequeñas, callejones, algunas en las que apenas cabe un coche. 
La gente, a pesar de que es un lugar más grande que un pueblo, parece aferrada a seguir con costumbres y comportamiento de pueblo.
El caso es que llegué y me acomodé más o menos rápido al lugar, me gustó que me ubiqué en un lugar muy cerca del centro del lugar, a una cuadra solamente. A pesar de eso, el lugar era muy tranquilo, no había tanto ruido y el tráfico era relativamente poco. Enfrente del departamento, una calle muy tranquila por la que no es extraño que pasen más personas a pie que coches. Podría decir que casi hacian más ruido, a veces, los vecinos que el que venía de afuera.
Las cosas cambiaron hace unos tres meses. Un pequeño local que habilitó un vecino para un negocio que no parecia que fuera a cambiar mayormente las cosas. Pero no, los meses pasaron y no se iniciaba nada. Al fin, mas o menos en septiembre, comenzó a verse movimiento en el lugar. Primero, voces, algunas veces discusiones, en ocasiones en tono fuerte. Hasta que vi quienes eran mis nuevos vecinos, una tal "Unión de Uniones de comerciantes". Eso ya no me gustó mucho, por la fama que tienen esas organizaciones. Un buen día hicieron su fiesta, supongo que por la inauguración del lugar. Música, gente hablando por un micrófono, comida, mucha gente y coches. Lo bueno es que fue en la tarde y no en la noche.
Ahora no es raro ver mucha gente que viene al lugar, montones de niños jugando, señoras gritándoles a sus hijos que se estén quietos, carros estacionados en la banqueta y ahora resulta que cuando llego, las personas que están en la banqueta o en la calle, se me quedan viendo como si yo fuera el que no es de aquí. Caray, esta ya es mi calle.
Lamentablemente, parece que la tranquilidad de la calle, mi calle, es cada vez menos. Ojalá no.