martes, 3 de diciembre de 2013

Mi calle

Siempre que vemos hacia atrás, nos parece que ha pasado muy rápido el tiempo. Más aún cuando comparamos lo que es hoy, lo que sea, con lo que era antes.
Cuando llegué a Silao, Guanajuato, hace ya nueve años, no fue raro que más de una persona al saber que soy de Monterrey, me dijera cosas como "y que haces en ese pueblo, salte de ahí". El caso es que sí, es cierto, es un lugar chico, con dos calles que se pueden decir, principales y el resto, casi todas, calles pequeñas, callejones, algunas en las que apenas cabe un coche. 
La gente, a pesar de que es un lugar más grande que un pueblo, parece aferrada a seguir con costumbres y comportamiento de pueblo.
El caso es que llegué y me acomodé más o menos rápido al lugar, me gustó que me ubiqué en un lugar muy cerca del centro del lugar, a una cuadra solamente. A pesar de eso, el lugar era muy tranquilo, no había tanto ruido y el tráfico era relativamente poco. Enfrente del departamento, una calle muy tranquila por la que no es extraño que pasen más personas a pie que coches. Podría decir que casi hacian más ruido, a veces, los vecinos que el que venía de afuera.
Las cosas cambiaron hace unos tres meses. Un pequeño local que habilitó un vecino para un negocio que no parecia que fuera a cambiar mayormente las cosas. Pero no, los meses pasaron y no se iniciaba nada. Al fin, mas o menos en septiembre, comenzó a verse movimiento en el lugar. Primero, voces, algunas veces discusiones, en ocasiones en tono fuerte. Hasta que vi quienes eran mis nuevos vecinos, una tal "Unión de Uniones de comerciantes". Eso ya no me gustó mucho, por la fama que tienen esas organizaciones. Un buen día hicieron su fiesta, supongo que por la inauguración del lugar. Música, gente hablando por un micrófono, comida, mucha gente y coches. Lo bueno es que fue en la tarde y no en la noche.
Ahora no es raro ver mucha gente que viene al lugar, montones de niños jugando, señoras gritándoles a sus hijos que se estén quietos, carros estacionados en la banqueta y ahora resulta que cuando llego, las personas que están en la banqueta o en la calle, se me quedan viendo como si yo fuera el que no es de aquí. Caray, esta ya es mi calle.
Lamentablemente, parece que la tranquilidad de la calle, mi calle, es cada vez menos. Ojalá no.

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