Dicen que el amor es ciego y si es de los padres,
específicamente, por alguna extraña razón, el de las madres no se diga. No es
raro escuchar lo buenos que son sus hijos. Frases como “es buen muchacho” o
contando a los demás lo buenos que son en lo que hacen, aunque a veces no están
muy seguros de lo que hacen sus retoños o dan a entender que lo malo que les
pasa, nunca es culpa de ellos.
Hablando por teléfono con mi madre, le dije hace poco, “mamá,
tu para hacer críticas hacia nosotros, eres durísima”. Eso se lo dije no como
reclamo, sino como un comentario. Mi querida mamá se quedó callada por un
momento, casi podría decirlo como si lo hubiera visto, y me contestó, “pues es
mejor así, ¿no? ¿O prefieres que nada más te dé por tu lado?”.
Y sí, puedo decir que las críticas más duras que he recibido
de mi comportamiento, desde que tengo uso de razón, han sido de mis padres.
Nunca he sentido que si algo no está bien hecho vayan a dejarlo pasar. De niño
pensaba que eran malos, que se pasaban en su forma de ser hacia mi hermano y
hacia mí. Con el paso del tiempo, llegué a agradecerles su forma de ser, al
menos conmigo.
Recuerdo que entre mis tíos, de uno y otro lado, no era raro
que dijeran que eran muy estrictos con nosotros. A nosotros nunca nos pareció
así, tal vez porque estábamos ya acostumbrados o porque lo que no son es
solapadores. Lo que sí recuerdo es que nunca hice una escena como las que vi en
varias ocasiones; niños haciendo berrinche, al punto de que se tiran al piso y
los papás sin saber que hacer y no es raro que terminen haciendo lo que el niño
quería, o sea, se salen con la suya.
Yo en cambio ya sabía que si hacía algo incorrecto, si me
veían de alguna forma, sabía de que tamaño estaba el mal. ¡Y eran ellos mismos
los que decían que eran muy blandos! En mi opinión no eran blandos y mucho
menos autoritarios, solo eran firmes.
Últimamente por diferentes razones he tenido que acercarme a
ellos y lejos de justificarme, como he visto que lo hacen algunos padres con
sus hijos, me han dicho cosas duras, incómodas para mí, pero necesarias.
No es raro que como hijos seamos muy duros al criticar a
nuestros padres, casi siempre estamos más preocupados viendo que no nos dieron,
que nos faltó o lo mal que nos educaron, según nosotros mismos.
A estas alturas, las cosas dependen de mí, pero les estoy
agradecido porque antes como ahora, no los ciega el amor de padres y ni somos
los más guapos, ni tampoco estamos exentos de errores, somos solo sus hijos,
con virtudes y defectos.
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