lunes, 16 de febrero de 2015

Consejos

Tantas veces escuché que es más fácil decir las cosas que hacerlas, yo mismo lo he dicho. También he escuchado muchas veces como se dan consejos a alguien cercano, que son lo correcto, que están  ahí al alcance del que escucha, pero es para él solamente, bueno, para él y si en el camino alguien más se atraviesa con el mismo problema se le aplica el mismo consejo, si no se le aconseja algo apropiado a la situación del momento.

Todo indicaría que si se está tan abierto a dar soluciones a quien las solicite, se tendrían a la mano para aplicarlas en uno mismo alguna de todas las recomendaciones que se han hecho.

Pero un momento, esos consejos que con tanto cariño o buenas intenciones se dieron son para esa persona que se acercó, en ese momento se estaba hablando de él o ella, yo me cuezo aparte.

Se pueden decir los mejores consejos sacados de lo vivido o porque es tan lógica la solución que por lo mismo es obvio, nada más el ese que se tiene enfrente, al que se le habla no la ve o por alguna razón no la aplica; pero ¿y cuando es uno mismo el que está en la otra posición? ¿Si es tan obvio y se tiene respuesta para casi todo lo que a otros sucede, sería más obvio que se tienen las soluciones para uno mismo? No necesariamente, por la sencilla razón que, otra vez, es más fácil decir que actuar y uno de los deportes favoritos es hablar (ahora entiendo aquello de “la lengua no tiene hueso”).

De tantos consejos que con buenas intenciones he recibido o al menos eso quiero suponer que así fueron dados, uno lo tengo presente, “ya viste como no se puede, ahora piensa cómo sí se podría”. Tal vez por lo sencillo o porque en su momento sentí que la frase encerraba mucho, otra vez, es más fácil decirlo que llegar a hacerlo. Otra vez los consejos son para el que escucha, no para el que lo dice. ¿Por qué esforzarse? ¿Por qué tomar un consejo que se le dio a alguien del que probablemente hoy tenemos una opinión y mañana se piensa todo lo contrario? Los consejos son para decírselos a los demás, no para uno mismo, aplicárselo uno mismo sería aceptar que se cae en los mismo errores de aquellos que nos rodean, bajarse a las miserias de los demás, aceptar que hay cosas que necesitan cambiar, verse a sí mismo y ver que se cometen errores, como un maestro que toma el lugar del alumno porque se ha dado cuenta que no le sale la ecuación o el instructor que le debe pedir ayuda a un compañero al que debe capacitar; tal vez porque el orgullo puede más que muchas otras cosas, tanto que logra convencer que no, los consejos se dan, no son para sí mismo. Tal vez por miedo a aceptar que se pueden tener las mismas miserias que otros, es necesaria mucha humildad para eso, pero es necesario todavía más valor para aceptarlo, otra vez, es más fácil decir que hacer. Otra vez, es más fácil no hacer nada y quedarse como se está, como si nada pasara, aunque se sabe que las cosas siguen ahí, que podrá hacerse todo para engañarse a uno mismo y fingir que no hay nada que hacer, que es preferible quedarse con los demonios tranquilos, dentro, pero tranquilos en lugar de sacarlos de una vez por todas.

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