martes, 19 de agosto de 2014

Preguntas

¿Por qué a veces cuesta tanto decir lo que se siente?

¿Por qué decir lo que se siente se llega a pensar que es señal de debilidad?

¿Cuánto tiempo hace falta para perdonar los errores cometidos?

¿No es cierto que al decir que se ha perdonado, se renuncia al mismo tiempo a restregar en el futuro esas mismas faltas supuestamente ya perdonadas?

¿Qué tanto se es culpable por creer lo que alguien dice?

¿Cómo saber diferenciar cuando se trata de decir algo distinto a lo que se escucha?

¿Cómo diferenciar cuando todas las señales son las mismas a otras ocasiones, ahora resulta que no significa que el resultado será el de aquellas veces, sino que significan todo lo contrario?

¿Por qué cuesta tanto decir las cosas que se sienten?

¿Por qué puede más el orgullo que los sentimientos?

¿Por qué llegar a usar el conocimiento de alguien que nos ha tenido la confianza, en su contra?

¿Por qué nos dejamos llevar por el enojo y tratamos de verdad lastimar a esa misma persona por quien dijimos dar todo y aún lo haríamos una vez que dejamos pasar el enojo?

¿En qué momento nos acostumbramos a las peleas por la menor razón imaginable, al grado que inconscientemente se siente que es algo que debería suceder?

¿Quién puede ayudar a diferenciar entre orgullo y dignidad?

¿Por qué se sabe que algo que decimos lastima a alguien y en ese momento de enojo se sostiene convencidos de que es lo que se siente?

¿Por qué cuesta tanto pensar algo antes de decirlo, no midiendo las consecuencias?

¿Por qué cuesta tanto pedir perdón?

¿Por qué dar por hecho las cosas y no decirlas?

¿Por qué confundir en aceptar un error y “dar el brazo a torcer” siendo que son cosas distintas?

¿Por qué pensar que aceptar un error es signo de debilidad?

¿Por qué en ocasiones cuestan tanto las cosas más básicas?

¿Por qué llegar a pensar que se tiene que escoger entre amistad y una relación como si no fuera posible quedarse con ambas?

¿Por qué si ya se sufrió por algo se hace exactamente eso mismo a alguien más?

¿Por qué hacer hasta lo imposible para dejar el papel de víctima y en lugar de eso hacer algo aún más fuerte para que ahora la víctima sea nuestro victimario?

¿Por qué al menos por un momento sentirse satisfechos por lo anterior?

¿Hasta cuándo entender que no el que levanta más la voz es el más fuerte?

¿Por qué tener un orgullo tan mal entendido al grado de creer que nuestra forma de actuar, arreglar los problemas, tratar, etc. es la única posible?

Ojalá pueda contestarme en algún momento estas y otras preguntas que tengo.

sábado, 9 de agosto de 2014

Decidí comprarme un arma

Hoy por ti, mañana por mí. ¿Para cuándo son los amigos? Vamos a sacar esto, después lo platicamos.

Frases y más frases que inconscientemente las usamos ya casi como una costumbre y las vamos desgastando y no les damos el total valor que en realidad encierran.

Todos tenemos en algún momento situaciones que se nos complica resolver solos y necesitamos ayuda de alguien más. Pero todo es recíproco, de alguna manera lo correcto es corresponder al apoyo recibido. En algunas ocasiones tenemos que devolver la ayuda, ya sea si fue en especie o en efectivo.

Debo no niego. Muy bien, lleguemos a un acuerdo. Todos tenemos una mala racha. Unas malas rachas. Hablando podemos llegar a entendernos.

Inconscientemente decimos cosas que no deberían usarse de la manera incorrecta. Nos dejarnos llevar por el momento, la ira, el calor de la discusión. La buena intención se borra. El agradecimiento que se llegó a tener se convierte en todo lo contrario. De la urgencia para corresponder al apoyo recibido, se vuelve en urgencia para quitarse algo de encima, una carga que se ha vuelto la ayuda recibida. ¿Cuál es la necesidad de hacer cuestionarse si era mejor no haber aceptado la ayuda? ¿Por qué no pensar bien las cosas antes de actuar, antes de decirlas? Otra vez, ¿cuántos momentos desagradables podríamos ahorrarnos de un lado y del otro si pensáramos antes de actuar?

Tengo el derecho de exigir cumplir, lo necesito tanto o más que cuando tú lo necesitaste en su momento. Soy víctima por tu incumplimiento. Pero ¿qué necesidad de volverme victimario?

¿Qué necesidad de utilizar como arma algo que salió de mí mismo? ¿Cómo se convierte el extender la mano a un amigo/conocido en un bate para darle en la cabeza cada vez que perdemos los estribos?

¿Se hizo lo necesario realmente para corresponder o devolver lo que se recibió? Como sea, llegamos a un punto las dos partes en que ya no sólo mueve el agradecimiento o el compromiso, hay que hacerlo de cualquier manera, a como dé lugar.

No queda de otra, me compraré un arma. Te la compro. La misma que usaste, la compro. Esa misma en que sin darnos cuenta se convirtió una necesidad. Ahora es mía, ya no puede ser usada en mi contra. ¿Hacer uso de ella? ¿Y cómo? Por su naturaleza al ser mía no tiene el uso que sin quererlo se le dio. Se puede quedar con rencor por lo que pasó. Que fácilmente puede pasarse del agradecimiento al rencor. No, pensemos fríamente, las cosas no se hicieron solas ni las hizo nada más una de las partes, pero alguien tenía que romper con lo que había convertido, lo que comenzó como la mejor de las intenciones.

miércoles, 6 de agosto de 2014

El que da y quita

Lo admito, muchas veces no entiendo las indirectas que me lanzan, es un defecto que tengo, me dicen algo disfrazado y no lo entiendo a la primera, me mandan a volar, esa es la intención y yo en lugar de irme, me quedo, hago lo posible por seguir, pero no en una actitud de “De verdad no quieres que me vaya, no te castigues, sigamos”, no, más bien tratando de arreglar las cosas que pudieran ir mal. La última (¿última?) vez que me pasó algo parecido fue hace unos años, todo parecía ir muy bien, todo muy padre y de repente o era algo muy pequeño hecho grande o si era grande no se soltaba o se apostaba por el cansancio o hartazgo. Y no, parecía que era corredor de resistencia y no me cansaba, y si eran cosas grandes o chicas hechas grandes, les buscaba solución. Todo eso no fueron conclusiones mías solamente, fueron confesiones de esas que se hacen cuando las cosas ya pasaron.

No hice sólo las cosas, obvio, en eso hubo alguien que aguantó y alguien que aceptó lo que hice, fuera mucho o poco, alguien que en el fondo quería continuar pero tenía sus razones, válidas para esa persona, para hacer lo que hacía y que en algún momento dio su brazo a torcer (el que persevera alcanza), a lo mejor los dos pensamos “Va, vale la pena correr el riesgo”.

Ahora que veo las cosas en perspectiva me pongo a pensar, durante el tiempo que pasamos juntos no faltó la pregunta, ¿por qué sigues aquí?, ¿estás seguro?, ¿cuánto tiempo más?, ¿por qué no te fuiste? Ahora las veo como si fueran parte o una variación de esas indirectas, aquellas a las que no hacía caso, que dejaba pasar. Después me unía a la dinámica y hacía esas mismas preguntas y las respuestas de uno y otro eran muy similares, ¿casualidad? Puede ser.

¿Por qué no decir las cosas de manera directa? Puede ser que preferimos que el otro tome la decisión, como si quisiéramos hacerlo entender y que de el paso definitivo, hacerlo entender. Si esa era la intención, que duro de entender fui o mejor dicho, no pensaba dar ese paso, ¿Cómo para qué? Todo tenía alguna forma de manejarse, si por aquí no se puede busquemos por este otro lado.

Pasó el tiempo, pareciera que las cosas se repiten, otra vez viendo en perspectiva, ¿se quería convencer de algo al otro?, ¿desgastarlo?, ¿cansarlo?, ¿hacerlo entender lo que era correcto?, ¿lo correcto para quién? Al que da y quita, con el diablo se desquita. ¿Salieron las cosas como se esperaba por fin? Ojalá alguno haya obtenido lo que esperaba, por lo que luchó tanto, porque se irá conforme porque lo buscó. Yo no.

sábado, 2 de agosto de 2014

Diez años

Era un lunes en la mañana, mi plan era salir lo más temprano posible para aprovechar el tiempo y llegar a buena hora. Una decisión de presentarme en la oficina antes me obligó a hacer una escala antes a recoger no sé qué cosa. Por fin hasta las 10 de regreso a casa de mis padres para recoger mis maletas. No era cualquier cosa, no es fácil meter todo en un coche. Tomé la carretera casi a mediodía. Luego de diez horas por fin llegué a lo que sería mi lugar de residencia por tiempo indefinido. En el momento en que me dijeron esa frase no tenía idea exactamente lo que significaba, como muchas otras cosas las entendemos ya sobre la marcha.

Atrás quedaban los amigos, los familiares, la comida (para alguien como yo simplemente eso ya es mucho decir), la tierra donde nací y me dirigía hacia el sur, a un lugar que desde que recuerdo lo más que había pasado ahí era una semana. No sabía que me esperaba, aún ahora hay momentos en que no sé qué me espera el día siguiente.

De una ciudad de más de 4 millones de personas, llegué a una de 150 mil personas o menos. Lo primero que me decían y me siguen diciendo hasta el día de hoy cuando saben que vengo de Monterrey es “y que estás haciendo ahí”, “salte de ese pueblo”. Por el tamaño podría decirse que no es tanto un pueblo, pero viendo las cosas detenidamente, sí, la gente tiene ese aire pueblerino, como si se resistieran a dejar de serlo.

Al llegar y salir y sentir las miradas sobre mí, y no era mi imaginación, notaba que les parecía desconocido, el nuevo del pueblo, hasta que con el paso del tiempo les fui pareciendo familiar y nos acostumbramos a vernos a diario.

Y aquí estoy diez años después, un norteño que por diferentes razones se vino a vivir al centro de México, que cada vez que me preguntan cuánto tiempo tengo viviendo en Silao y les contesto (desde que llevaba apenas 4 años, ahora con mayor razón), me dicen “uh, pues ya eres de Silao”, contesto “no, soy de Monterrey”. Pero eso no significa que no me guste este lugar, nada de eso, todo lo contrario, estoy muy agradecido con Guanajuato, pero sobre todo con Silao por haberme recibido, con la gente de aquí que con todo y sus modos de pueblo en general son excelentes personas.

¿Extrañar? Sí, todo lo que viví, donde crecí, las imágenes de mi infancia tienen que ver con Monterrey, pero todo lo que he vivido en Silao, en este pueblo no lo cambio por nada. No me arrepiento por la decisión que tomé hace diez años de venir a vivir a Guanajuato, tanto es así que una parte, pequeña sí, es mía ya.

¿Dónde estaré el día de mañana o dónde me llevará la vida? No lo sé. Pero sea donde sea, si no es aquí, siempre llevaré a Silao en el corazón y así como cuándo hasta ahora contesto, “no, yo soy de Monterrey”, si no estuviera aquí, cuando me pregunten, ¿en serio estuviste ahí los últimos diez años? contestaré, “Sí he estado en Silao y así como Monterrey es mío, parte de Silao es mío también”.

Peseros

Como cosa hecha a propósito hoy pasan la película “Los Peseros”, que no será una obra de arte ni tampoco ganó ni ganará algún premio, pero por haberla filmado en Monterrey y ver a mi ciudad un poco en la pantalla, la voy a ver, no sea que se me vaya el acento.