Era un lunes en la mañana, mi plan era salir lo más temprano
posible para aprovechar el tiempo y llegar a buena hora. Una decisión de
presentarme en la oficina antes me obligó a hacer una escala antes a recoger no
sé qué cosa. Por fin hasta las 10 de regreso a casa de mis padres para recoger
mis maletas. No era cualquier cosa, no es fácil meter todo en un coche. Tomé la
carretera casi a mediodía. Luego de diez horas por fin llegué a lo que sería mi
lugar de residencia por tiempo indefinido. En el momento en que me dijeron esa
frase no tenía idea exactamente lo que significaba, como muchas otras cosas las
entendemos ya sobre la marcha.
Atrás quedaban los amigos, los familiares, la comida (para
alguien como yo simplemente eso ya es mucho decir), la tierra donde nací y me
dirigía hacia el sur, a un lugar que desde que recuerdo lo más que había pasado
ahí era una semana. No sabía que me esperaba, aún ahora hay momentos en que no
sé qué me espera el día siguiente.
De una ciudad de más de 4 millones de personas, llegué a una
de 150 mil personas o menos. Lo primero que me decían y me siguen diciendo
hasta el día de hoy cuando saben que vengo de Monterrey es “y que estás
haciendo ahí”, “salte de ese pueblo”. Por el tamaño podría decirse que no es
tanto un pueblo, pero viendo las cosas detenidamente, sí, la gente tiene ese
aire pueblerino, como si se resistieran a dejar de serlo.
Al llegar y salir y sentir las miradas sobre mí, y no era mi
imaginación, notaba que les parecía desconocido, el nuevo del pueblo, hasta que
con el paso del tiempo les fui pareciendo familiar y nos acostumbramos a vernos
a diario.
Y aquí estoy diez años después, un norteño que por
diferentes razones se vino a vivir al centro de México, que cada vez que me
preguntan cuánto tiempo tengo viviendo en Silao y les contesto (desde que
llevaba apenas 4 años, ahora con mayor razón), me dicen “uh, pues ya eres de
Silao”, contesto “no, soy de Monterrey”. Pero eso no significa que no me guste
este lugar, nada de eso, todo lo contrario, estoy muy agradecido con
Guanajuato, pero sobre todo con Silao por haberme recibido, con la gente de
aquí que con todo y sus modos de pueblo en general son excelentes personas.
¿Extrañar? Sí, todo lo que viví, donde crecí, las imágenes
de mi infancia tienen que ver con Monterrey, pero todo lo que he vivido en
Silao, en este pueblo no lo cambio por nada. No me arrepiento por la decisión
que tomé hace diez años de venir a vivir a Guanajuato, tanto es así que una
parte, pequeña sí, es mía ya.
¿Dónde estaré el día de mañana o dónde me llevará la vida?
No lo sé. Pero sea donde sea, si no es aquí, siempre llevaré a Silao en el
corazón y así como cuándo hasta ahora contesto, “no, yo soy de Monterrey”, si
no estuviera aquí, cuando me pregunten, ¿en serio estuviste ahí los últimos
diez años? contestaré, “Sí he estado en Silao y así como Monterrey es mío,
parte de Silao es mío también”.
Como cosa hecha a propósito hoy pasan la película “Los Peseros”, que no será una obra de arte ni tampoco ganó ni ganará algún premio, pero por haberla filmado en Monterrey y ver a mi ciudad un poco en la pantalla, la voy a ver, no sea que se me vaya el acento.
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