Siempre presente ese sabor, mezcla de todo lo bueno conocido,
licor, alegría, excitación, mañana, noche. El sabor de fines de semana que se
deseaban interminables, interrumpidos por la vulgar necesidad del cumplimiento
de las obligaciones normales de la vida moderna.
No es posible borrar la sensación tantas veces experimentada
al poner sus dedos sobre la suave blancura de ese traje que la naturaleza
regaló o que causa tanto deseo al tomarse la libertad de la caricia sorpresiva.
Es la manera más simple de tener intimidad, no es necesario esperar a
llegar a estar solos, se puede comenzar y pasar todo el camino tocando de la
manera más inocente a los ojos de los demás, cuando en realidad se está
iniciando el rito del amor.
Voces, gritos, ruidos, gemidos, siempre presentes, grabados
en la mente para reproducirlos a placer, producto de emociones del momento y
expresiones de los sentimientos más profundos. La primera frase del día, la
llamada telefónica, la palabra en voz baja en medio de la multitud y del
bullicio; poder distinguir ese tono específico entre miles, porque no es
solamente un sonido, es la voz.
Imágenes que se van acumulando como un álbum imaginario,
movimientos, momentos, rostros, colores, formas. ¿De aquí nace el amor? ¿Cómo
es posible esto? ¿Y si lo que para mi es azul, otros lo vieran como yo veo lo
rojo? ¿Cómo entender como cada cerebro decodifica lo que transmiten los ojos?
¿Y si…? ¡Que me importa! Me gusta lo que veo, simplemente porque me gusta.
Porque me gustas.
Olores característicos. Olor característico que no es
posible explicar a que huele, porque huele a todo, a momentos felices, a días
completos, a deseo y amor. Es el resultado de la mezcla de la persona, el lugar,
el momento, el sentimiento; nada ni nadie puede igualar esa mezcla y mucho
menos los resultados que produce.
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