jueves, 24 de abril de 2014

Soledad

Cansado, harto de dar vueltas en la cama durante la noche luego de no poder conciliar el sueño. Esto no tiene que ver con el cambio de horario, hay algo más y lo sabe aunque no quiera decirlo, como si pudiera engañarse a sí mismo. Al lado la mitad de la cama vacía, aunque podría hacerlo no invade ese espacio vital, como si una barrera se lo impidiera, como si estuviera programado aún en los intermitentes momentos de sueño que logra conciliar. Junto con ese espacio desocupado, la almohada que no se usa, porque al igual que la mitad de la cama, algo lo hace a que permanezca en su lugar, no importa que esté ahí, libre.

Recuerda como en más de una ocasión despertó en medio de la noche y estaba volteado hacia su derecha y alcanzó a percibir una aroma que le era muy familiar, un aroma que ninguna cosa tiene, ese aroma que tantas veces comentó que percibía estando sólo, un aroma característico. Ahora le parecía más intenso, era igual, pero le parecía más presente en su cama que en otras ocasiones, como si algo le estuviera haciendo una broma o precisamente ahora, exactamente ahora que pasaba por todo lo que estaba pasando, la mitad de su cama se hubiera quedado más impregnada de ese aroma.

Ahora en la soledad de la habitación pensaba en el tiempo que pasaría solo, en cuan largo sería este nuevo periodo, cuánto tardaría en volverse a sentir nuevamente acompañado.

Pero presentía que no estaba totalmente solo en realidad. De tanto que se lo habían mencionado le parecía familiar y podía imaginarla ahí, al fondo del pasillo viendo todo lo que pasaba, extrañada por la gente que al principio entraba, luego, por la persona que tanto tiempo llegaba e invadía en cierta forma su vivienda; después de todo, ella había llegado antes. Casi podía verla con su cabello castaño hasta el hombro y su cara muy blanca, mirándolo cuando estaba alegre, a veces acompañado, a veces sólo y ella también sonreía o cuando estaba triste o desesperado y ella no entendía el por qué de lo que estaba pasando.

Y ahí estaba, sólo y acompañado al mismo tiempo, recordando a El Cuervo de Poe, con la diferencia que su compañía, de existir, no hablaba; respirando ese aroma e imaginando ser espiado por esa menor de edad a la que no podía mandar a dormir.

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