jueves, 22 de enero de 2015

Gabino




Nadie diría que era un ejemplo a seguir, ¿quién pondría de ejemplo a sus hijos a un teporocho? Tenía yo unos nueve años cuando lo conocí, de unos cincuenta años, tal vez menos, pero por la vida que llevaba no sería raro que aparentara más edad de la que tenía. Dicen que todos los pueblos tienen a su loco o a su propio borracho, pues esa colonia tenía a su borracho, al que todos conocían, todos lo llamaban Gabino, nunca supe si era su verdadero nombre, y era parte de aquel barrio, casi como la escuela o la iglesia a la que iba con mi madre.


No molestaba a nadie, lo más que llegaba a hacer era para pedir un cigarro, alguna vez mi padre le dio uno acompañado de algunas monedas, otras veces se ponía a bailar bajo la lluvia. Es curioso como de tantas personas que salían de misa, eran muchos los que evitaban pasar cerca de él o volteaban la cara si pasaba cerca o no ocultaban su disgusto por el olor que despedía, claro, no tenía regadera en el terreno en el que dormía. Pero me llamaba la atención que esas almas caritativas se comportaran así luego de que acababan de escuchar al padre decir que vieran a Cristo en su prójimo, en el enfermo, en el vicioso.


A pesar de que en más de una vez hablé con él nunca supe por qué comenzó a tomar, si tenía familia, hijos, esposa o si era de la ciudad o por cosas de la vida llegó a aquella colonia y simplemente decidió quedarse a vivir allí, simplemente sabía que nombrarlo a él era casi nombrar la colonia.


En alguna ocasión supe que más de un vecino pedía que lo corrieran, como los que opinan que deberían esconder a los indios o a los prietos, porque según ellos, dan mal aspecto, pero yo creo que no pudieron, porque seguía viviendo ahí, tal vez los venció en más de una ocasión ese que para muchos no era más que una carga para la sociedad.


Un día, cuando yo tenía unos catorce o quince años, no se le vio por la colonia, supe que lo encontraron acostado, enfermo, tapado con las mismas cobijas mugrosas que siempre usaba, unos cuantos días internado y su cuerpo no pudo más, murió para tranquilidad de algunos, ya no verían más al teporocho barbón y sucio, caminar por enfrente de sus casas. Ya podían descansar, nadie les pediría un cigarro. Ya podrían asistir a misa a escuchar el sermón en el que les decían que vieran a Cristo incluso en el pordiosero o en el borracho. Ya no tendrían que verlo en vivo, mejor buscarían ver a Cristo por televisión. Ya sus inmaculados olfatos no sufrirían ninguna molestia por respirar al paso de aquel borracho. Ya sus hijos los únicos malos ejemplos que verían serían los que sus propios padres les daban. Ya podrían cooperar para las misiones en África, allá es donde cooperan los famosos, al menos por un momento se sentirían que formaban parte de ese grupo, porque siendo sinceros, darle de comer al borracho de la colonia, como que no da caché.


Pronto lo olvidarían, ¿quién podría recordarlo? ¿Qué hizo para ser recordado? Probablemente tengan razón, tal vez no, quien sabe, lo que yo recuerdo es a aquel hombre de barba canosa riendo y bailando bajo la lluvia, como agradeciendo a Dios por ella.

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