jueves, 24 de julio de 2014

Sí pero no

Existen muchas frases hechas que de tanto decirlas no las tomamos ya tan en serio o no les damos su verdadero valor, como si las fuéramos devaluado de tanto usarlas, como si fueran perdiendo el impacto que tenían originalmente. Otras en cambio suenan muy bonito, muy profundas, pero las usamos solamente como eso, como frases que son más fáciles de decir que de aplicar, claro está, aplicarlas nosotros mismos.

Es muy fácil decir lo importante que es aceptar que se cometió un error, admitir que nos equivocamos y lo más importante, hacérselo saber al afectado. Más de uno podríamos casi dar cátedra sobre esto. Pero, cualquiera podemos cometer un error sin darnos cuenta, si es así lo menos que podríamos pedir es saber cuál fue el error que molestó a esa o esas personas.

Algo diferente es cuando se hace algo, se insulta o se ofende a alguien, ¿quién tiene derecho a hacer algo así?

¿Razones? Puede haberlas que expliquen una reacción como esa, más no que las justifiquen, ¿quién podría justificar algo así? Ninguna mala acción justifica otra mala acción, eso está claro, pero si al menos se supieran dichas razones. Lo que a veces parece que no está muy claro es la posición que se toma, como si se defendiera lo hecho. Cuánto cuesta a algunos en la práctica aceptar un error.

Siendo justos, si no se dice nada no necesariamente es que se crea que está bien tomarse el tiempo para insultar a otra persona, no, probablemente interiormente la persona sabe que algo hizo mal. Pero aquí entra otro comportamiento distinto, se sabe que ya se cometió un error, tal vez puede haber en el fondo arrepentimiento, pero algo hay que pareciera que lucha contra lo anterior, como si la razón luchara contra el orgullo; como si muy en el fondo se viera el aceptar un error como una señal de debilidad y mostrar debilidad es mostrar que se es vulnerable y no pudiera permitirse mostrar debilidad al otro.
Cuando se pasa por algo como eso, no es raro plantarse en la actitud de me-muero-con-la-mia-y-no-voy-a-ceder.

Otra forma de reaccionar a la lucha interior que pudiera existir, puede ser; si, estoy mal, se dijo o hizo algo que ofendió o lastimó o insultó a otra persona, pero, muy bien, ya, siento mucho que te sientas mal.

¿Pudiera ser una disculpa? A medias. Eso es como un sí, pero no, porque el ofendido es la otra persona, quien sabe, a lo mejor es muy susceptible o aguanta muy poco, -siento mucho que estés así como estás-. Si, se siente mucho, pero como se siente la persona, pareciera que muy en el fondo se estuviera convencido que no se hizo algo mal, que la otra persona lo tomó mal, no fue la intención o se aplicara aquello de “soy responsable de lo que digo, más no de como toman lo que digo”, pero hay algunas cosas que por más que se le busque el lado bueno no se le encuentra. ¿Cuál es el lado bueno cuando se dice una grosería por ejemplo?

Difícil la lucha interior que tal vez se esté librando internamente, en caso de ser así, lo bueno habría que ver que gana, porque por un lado pudiera ser la parte de razón que puede ser que acepte que algo no está muy bien, porque no gustaría recibir lo que ya se dio. Y por otro lado orgullo, principios o ideas que muy probablemente tengan raíces muy profundas.

domingo, 20 de julio de 2014

Labor de convencimiento

Siempre lo primero que deberíamos estar es seguros de lo que hacemos o decimos, es lo menos que podríamos pedir para nosotros mismos y por nuestro propio bien, no se puede andar por ahí siempre indecisos.

Claro está, los planes que se vayan haciendo, se van mejorando con el paso del tiempo, otros se termina por dejarlo atrás porque cambiamos de manera de ver las cosas, de gustos o la situación actual es totalmente diferente a como era antes.

Me llama la atención cómo algunas personas hacen planes, por años tienen un objetivo y misteriosamente casi de un día para otro cambian a algo totalmente contrario a lo que antes querían. Por supuesto que todos podemos cambiar de manera de pensar, pero lo que en verdad me llama la atención es cuando percibo que ese cambio no es porque las cosas hayan cambiado, sino precisamente por eso mismo, porque hay cosas que no cambian. Como si por ser borracho se decidiera no formar una familia, -¿cómo hacerlo si tiene ese problema de bebida, la vida sería un infierno?- Saben el problema, lo aceptan, conocen cual es el camino para comenzar a solucionarlo, es más, en repetidas ocasiones han hecho intentos por cambiar pero recaen y en lugar de hacer el esfuerzo, renuncia esa persona a lo que tanto tiempo planeó y deseó.

No creo que ese cambio lo hagan en realidad de un momento a otro, siento como si fuera una labor de convencimiento interno, como si la misma persona comenzara a decirse a sí misma que su problema de alcoholismo es más fuerte que él, que no es justo hacer sufrir a otros inocentes, que no le gusta ser como es, que no está así por gusto, pero no puede dejarlo. Pero, ¿habrá hecho todo lo que podía? ¿de verdad es el temor de llegar a hacer infelices a otros o es su amor/gusto al trago lo que lo hace cambiar los planes? Pero no necesariamente se convence a sí mismo con el tema del alcoholismo, como si inconscientemente buscara otras razones para cambiar, la edad, un mal trabajo, la incapacidad de vivir con alguien más, etc.

Una vez convencidos a sí mismos, pueden ser los primeros que tocan el tema o tal vez hasta provocarlo para de esa forma, presentar sus argumentos a los demás, –Soy mayor ya, ¿qué voy a ser, papá o abuelo?-, y no faltará quien lo apoye y aplauda lo consciente que es, pero si se pudiera ver de dónde viene todo ese “convencimiento”, como se puede ver en una biblioteca un documento, se vería que lo que en realidad tiene es, algo muy diferente, podrá ser falta de decisión, debilidad, apatía, lo que sea, pero no necesariamente es que piense en el bien de los demás. Y así como eso muchos ejemplos más podría haber.

Siendo tan poderosa la mente, pudiendo convencernos de ese tipo de cosas, ¿por qué no intentar de otra manera? Pareciera que puede más el gusto por algo que el intento de cambiar algo que puede ser para bien en lo personal, ya sea para el futuro, en la salud, en lo económico, etc. Como normalmente pasa, lo más sencillo es no hacer nada, quedarse en donde estamos, en el caso del alcohólico, seguir igual, porque cambiar significa moverse a algo en lo que muy probablemente no se estará cómodo.

martes, 15 de julio de 2014

Communication breakdown


A veces siento que estoy en una posición un tanto curiosa, estudié electrónica, si ya la ingeniería está estrechamente relacionada con los cambios tecnológicos, la electrónica ni se diga, todo lo que se inventa, se mejora, se hace más pequeño, se le agrega esto o aquello, se instala una supuesta pantalla de mejor resolución, le ponen cámara de fotografía, mejor que ahora sea de video y un largo etcétera. Cuando se compra algo, lo que sea, una tablet, celular, cámara, computadora (cualquiera mac o pc, es lo mismo), televisión, lo que sea, al salir de la tienda ya casi está pasado de moda, cuando no obsoleto y si se saca a plazo, al terminarlo de pagar no sería raro que ya nos “perdimos” una, dos o más versiones más recientes, claro, dependiendo del plazo en que se terminó de pagar y al hacerlo ya queremos el nuevo equipo.

Muchos de esos equipos nos permiten estar comunicados con personas que no podemos hacerlo  físicamente. Recuerdo como mi mamá me contaba alguna vez como sí existían los anuncios personales en las revistas y cómo muchas personas se escribían y mantenían comunicación durante meses o años; eran esos anuncios una especie de antecesores de las redes sociales actuales. Pero ¿cuánto tiempo se toma una persona en pensar, escribir, enviar una carta? ¿cuántos días se tarda en llegar a su destino? Nos hemos acostumbrado a lo, prácticamente, inmediato. Si bien las computadoras cada vez más rápidas ahorran a la larga mucho tiempo en el trabajo de enviar una nave al espacio a la hora de hacer los cálculos; nos han también mal acostumbrado, porque estamos desesperados en recibir una respuesta a un mensaje, aceptación a la solicitud de amistad o que nos contesten un “dm”.

Seguramente en un principio, hace apenas unos años, el concepto de la oficina en casa, era interesante, claro, se podían revisar los mensajes si eran urgentes, al llegar a casa en la computadora de la familia. Luego nos resultó que prácticamente la oficina la podemos llevar en la bolsa del pantalón, porque ya los celulares no solamente tienen cámara de video, que hace unos siete años eran toda una novedad, no, ahora tienen acceso a internet y podemos, al mismo tiempo recibir mensajes en nuestra computadora y en el mismo celular y así en cualquier hora responder los mensajes urgentes y los no tanto. Lo malo, también nos llevamos el estrés camino a casa, al bar, a la casa, con la novia, los hijos, la movida, ¡a donde sea! Y junto con el trabajo también ya no hace falta esperar a llegar y sentarse frente a la computadora en nuestro cuarto; todas, literalmente, todas las redes sociales en que nos inscribamos las llevamos en “la palma de la mano”, como dice un comercial.

Esto último es algo de lo que más odio; en muchos aspectos parece que estamos viviendo como en un capítulo de mi serie favorita Viaje a las estrellas o Star trek, con pequeños aparatos por los que hablamos; pero lo que nunca salió en la serie es que no se le presta atención a la gente. ¿Contradicción? En cierta forma sí, porque si vivo en otra ciudad, puedo estar en contacto con mis padres, novia, esposa, hijos, amigos; pero puede darse el otro lado, vivo en la misma ciudad y estar físicamente con mi novia o mis padres y no poner atención a lo que dicen porque estoy contestando mensajes que alguien más me envía por Facebook, Twitter, email o lo que vaya apareciendo. Ponemos atención al que está a 5, 10 o 30 Km y no escuchamos al que está al otro lado de la mesa.

Si sabemos que en persona no podemos estar poniendo atención realmente a dos, tres o más personas, ¿qué nos hace pensar que si pondremos la atención debida a dos, tres o más personas que escriben? Inevitablemente a alguno desatendemos y no es raro que ese sea el que está más cerca. Como si el índice de atención a la persona, fuera inversamente proporcional a la distancia que está de nosotros. Sería interesante tratar de sacar una fórmula matemática para esto.

Así como parece que se perdiera el interés por tomar un lápiz (sí, todavía existen), pareciera que se fuera perdiendo el interés por tener una conversación frente a frente, como si se fuera incapaz de comprender más de 140 caracteres.

No se que es más triste, esto último o, que en lo personal sin ser un especialista en evolución humana, vea que es muy probable que en un futuro no muy lejano, desaparezcan en los humanos por tanto estar sentados frente a una pantalla, las partes redondeadas, carnosas, de la baja espalda, vaya, las nalgas. Ojalá no.

Esperemos a donde nos lleva esto, mientras bien podríamos usar las escaleras fijas en lugar de las eléctricas o dejar a un lado el celular y platicar con el que está enfrente.


La última

Me veo con mi ex y noto que apenas vio su celular, será que había mucho que decirnos, será que hacía mucho que no nos veíamos o que sabía que ya no habría otra más, pero toda la atención la tuvimos en el otro y nada más.

lunes, 14 de julio de 2014

No existe fórmula

Sentados frente a frente van pasando los minutos entre tragos y la plática, plática que va recorriendo dos, tres, cuatro semanas, tal vez más y los minutos se van haciendo horas que pasan de prisa.

En la plática, al principio sobre todo, a diferencia de muchas otras no se va por las cosas de poca importancia o las bromas, más bien se concentra en ciertas cosas, como si el tiempo apremiara y se quisiera aprovechar al máximo el tiempo, como si en el fondo alguno pensara que no habría otra ocasión. Después como si se dijera lo que se tenía que decir, se hace más ligera la plática y vuelven las bromas, nadie trata de quedar bien con el otro, por el simple hecho de quedar bien, solamente se es uno mismo.

El comentario atrevido ahogado por el ruido alrededor, las miradas pícaras, el roce no tan accidental como se quisiera aparentar, todas esas cosas que forman un todo. Un juego que se ha jugado tantas veces.

No tiene caso hacer como que no se quiere jugar, sería inútil, porque de todas formas no se tiene intención de salirse del juego. Se une al juego, juguemos: -Ahí sigue…; -Está igual…; -Mira como andas…; -Seamos…; -Cuando te vea… Sigamos jugando, ahora voy yo. ¿No? ¿De qué se trata, de demostrar quien manda? ¿De demostrar quien pone las reglas? ¿Simple orgullo? ¿Quién comenzó el juego?

El juego que tantas veces se jugó, que jugamos, pero como si solamente uno pudiera decir cuando se acaba. Como si las cosas dependieran de quien las hace. Si uno no quiere, ya quisiera cualquier otro estar en tu lugar. Si es al contrario, es porque se da a respetar, es más, adiós.

Como si fueran ciclos que se repiten luego de tanto tiempo. ¿Adiós? ¿Cuántas veces se intentó la despedida en un inicio, que fueron las mismas que no se entendieron? Ahora nuevamente haciendo hasta lo imposible para alejar, para decir adiós. Más que un juego parece un problema matemático con montones de incógnitas. Situación, juego, quien sabe que se quiere, tu, yo, etc.

Mi costumbre de cuestionar todo, de buscar un por qué a las cosas, no basta un “no quiero”, ni para no hablar ni para quitarse, digamos, el cinturón de seguridad o para no querer ir a algún lugar; esa misma costumbre es la que me hace, ya no entender las reglas de un juego, sino tratar de encontrar la fórmula para resolver la ecuación que pareciera se hizo todo lo posible por complicarla más de lo necesario.

domingo, 13 de julio de 2014

Alguien tiene que...

No lo había notado, no lo había tomado en cuenta, ni siquiera llegué a pensar que tuviera algo que ver o que algún efecto pudiera producir; el caso es que al pasar el tiempo se fueron acumulando comentarios escritos, mensajes, que fueron enviados en ambas direcciones. Claro está, por haber sido durante mucho tiempo la cantidad era grande.

Entre tanto mensaje, los más recientes, como es natural, eran los que más leía, pues cada vez que los abría eran los primeros que aparecían. Si solamente me guiara por esos cuantos mensajes que eran los que de inmediato llenaban la pantalla, me podría ir haciendo a la idea, equivocada, de que eran una imagen de lo que fueron estos últimos años. Si alguien los leyera, podría formarse una idea muy parcial de los dos; como dice la frase a veces tan usada o tan de cajón, vería solamente el árbol y no el bosque completo; o sería casi como juzgar un libro por su portada; o… En fin, por ahí va la cosa.

Siempre leí mensajes anteriores cuando pasábamos tiempo sin enviar nada, me gustaba hacerlo, me hacían sentir bien la mayoría de la veces porque normalmente me sentía bien haciéndolo, pero hacía ya tiempo últimamente que no nos habíamos enviado nada nuevo, todo había sido por otros medios y si entraba a leer algo, era lo que dije antes, los mensajes más recientes. Lo primero que me venía a la cabeza eran las preguntas, “¿Por qué me dijo eso?”, “¿Eran tan graves las cosas que hice o que no pude hacer en su momento como para que llegara a eso?”, “Si en los momentos de enojo se dicen cosas que por alguna razón no se dicen, ¿es eso lo que en realidad piensa o siente?”, “¿Cómo pude ser capaz de decir lo que dije?”, “Podría haber respondido antes”, “¿Gané algo?”

Sin el afán de justificar nada ni a nadie, lo repito, sería injusto quedarme con cuatro o cinco o los que sean, si en su mayoría las cosas siempre fueron de una forma totalmente contraria a lo que aparentarían unas cuantas líneas de texto, eso lo sé porque estuve presente todo el tiempo.

Pero en estos días otras preguntas me vinieron a la cabeza, “¿Para qué leerlos otra vez si ya sé que no dicen nada bueno?”, “¿Acaso quiero tenerlo presente para recordárselo a la otra persona en la primera oportunidad?”, “Si así fuera, ¿qué quiero sacar con eso?”

Así que me senté y uno a uno comencé a eliminar cada mensaje. Al ir borrando, voy leyendo cada uno y recordando momentos. Los primeros, básicamente los que motivaron que tomara esta decisión. Si solamente se tomaran las acciones o comportamiento reciente para calificar a alguien, que perjudicados estaríamos muchas veces. Como todo, el tiempo va poniendo las cosas en su justa medida y ni somos tan buenos ni tampoco somos lo peor de lo peor.

Recomiendan no tomar las cosas de manera personal, otros tomarlas de quien vienen o tomar en cuenta el momento en el que se dicen.

Leo y veo “llamadas a misa”, saludos, despedidas, reclamos; todo en ambas direcciones; compruebo una y otra vez que no se tiene la verdad absoluta, que en un problema de dos ambos tienen una parte de responsabilidad, que si se pensaran las cosas al menos una vez más de lo que se pensaron (si es que se hizo), tal vez se habría contestado antes o no se habría dicho lo que se dijo o se habría aprovechado más el tiempo. Los leo por última vez antes de desaparecerlos de la pantalla y de mi historial, no como una forma de sentirme víctima ni de repartir culpas, sino como una forma escrita de echar una mirada a lo hecho.

Al final como todas las cosas, también esto el tiempo lo ha ido poniendo en su justa medida, no fue todo malo, momentos difíciles, sí, como todo, mucho más para recordar por lo buenos que fueron. Faltan por borrar porque son muchos más de los que pensaba; ya terminaré, pero sea como sea lo mejor de todo me lo llevo en mí y no se puede borrar.

jueves, 10 de julio de 2014

Perdón

Alguien dijo alguna vez que pedir perdón es una de las cosas más difíciles. Estoy de acuerdo, porque para eso primero hay que darse cuenta de la equivocación que se cometió, hacer a un lado el orgullo que en algún momento nos invade y que nos hace sentir que nuestra manera de actuar es siempre correcta. ¿Cómo es posible que esté yo mal? No, eso no puede ser, ¿cómo voy a aceptar que eso que dije/hice está mal, que lo dije en un arranque de furia o de enojo? ¿Cómo aceptar que en momentos soy presa de mis instintos, que no fui capaz de detenerme a pensar en las consecuencias? Del tamaño del error es el tamaño del perdón que se tiene que pedir. Por eso tal vez a muchos cuesta tanto quitarse el orgullo que todos tenemos en mayor o menor proporción.

A veces parece que decir “perdón”, es una de esas palabras que se dicen tan fácil. Caminando por la calle, dar vuelta en la esquina y chocar con alguien, lo primero que dice alguno de los dos es “perdón”. Claro, es un accidente o descuido probablemente sin ninguna consecuencia. Pero no siempre es tan fácil. Todos en algún momento nos hemos dejado llevar por la emoción del momento y llegamos ya no a hacer, a decir, y muchas veces eso que se dice hace más daño que haber hecho algo.

Muchas veces se apuesta por dejar pasar las cosas, que el tiempo cure aquello que causó lo que se dijo o hizo, como si el tiempo perdonara por sí mismo las cosas. Pero el tiempo ayuda, no hace solo las cosas y parece que algunos llegan a acostumbrarse a ello y caen inconscientemente en una actitud cómoda, no se dice nada, se trata de dar vuelta a la página, como si fuera un, -¿para qué darle vueltas a algo? Deja eso y sigamos adelante.

¿Cómo serían las cosas si a alguien le borraran todos los momentos desagradables que pasó con otra persona? ¿Y si se tomara a las dos personas y les pudieran borrar todos esos malos recuerdos? Sería padre, ¿no? Tristemente lo más seguro es que se cometerían, si no los mismos errores, si otros muy parecidos.

Al pedir perdón aceptamos que hemos cometido un error y que no se quiere cometer nuevamente. ¿Por qué no pensar las cosas y no cometer un error? Claro, pero es más fácil decirlo que hacerlo, si así fueran las cosas nadie se equivocaría. Seguramente todos han pensado alguna vez por lo menos, antes de hacer algo y no se equivocó. Pero claro, esos errores no existieron, no se pueden presumir los “no errores”. ¿Quién podría presumir de no haber hecho, inconscientemente, sentir mal a alguien?

¿Cuántas veces pedir perdón? Siempre que sea necesario, siempre y cuando al menos no sea siempre por lo mismo, porque se supone que nos damos cuenta de lo mal que hacemos y se trata de no repetirlo.

Pero, y si no se pide perdón ¿significa algo? Puede ser que no se ha notado de lo mal que se hizo.

¿Y si ya se notó el arranque o el error?

¿Vergüenza?
Es duro aceptar que nos equivocamos y más que nos pudimos haber ido de la lengua, que ofendimos, que hicimos algo que no quisiéramos que nos hicieran aquello que hemos hecho. Es normal sentirse avergonzado, pero si hemos sido capaces de hacer o decir algo que pudiera hacer cambiar la imagen que esa persona tuviera de nosotros, así de esa misma forma, bien podríamos ir aceptar lo mal que hemos hecho o dicho.

¿Orgullo?
¿Cómo pedir perdón cuando dentro de uno mismo algo nos dice que no hay por qué hacerlo? ¿Por qué ofrecer una disculpa que no se siente? Que no se quiere sentir, porque (tal vez) sea una muestra de debilidad, y claro, ¿cómo mostrar debilidad? Error, no es una muestra de debilidad, al contrario, es una muestra de que la otra persona es importante para el que pide perdón.

Como sea, es muy fácil cometer un error por la razón que sea y cualquiera puede equivocarse, la diferencia está en aceptar y reconocer que se equivocó; en ponerse, al menos por una vez, en el lugar del otro, porque no se trata de pedir perdón cuando uno mismo cree que algo hizo mal, sino aceptar que otra persona, sea quien sea, se pudo sentir agraviada con nuestras acciones.