Alguien dijo alguna vez que pedir perdón es una de las cosas
más difíciles. Estoy de acuerdo, porque para eso primero hay que darse cuenta
de la equivocación que se cometió, hacer a un lado el orgullo que en algún
momento nos invade y que nos hace sentir que nuestra manera de actuar es
siempre correcta. ¿Cómo es posible que esté yo mal? No, eso no puede ser, ¿cómo
voy a aceptar que eso que dije/hice está mal, que lo dije en un arranque de
furia o de enojo? ¿Cómo aceptar que en momentos soy presa de mis instintos, que
no fui capaz de detenerme a pensar en las consecuencias? Del tamaño del error
es el tamaño del perdón que se tiene que pedir. Por eso tal vez a muchos cuesta
tanto quitarse el orgullo que todos tenemos en mayor o menor proporción.
A veces parece que decir “perdón”, es una de esas palabras
que se dicen tan fácil. Caminando por la calle, dar vuelta en la esquina y
chocar con alguien, lo primero que dice alguno de los dos es “perdón”. Claro,
es un accidente o descuido probablemente sin ninguna consecuencia. Pero no
siempre es tan fácil. Todos en algún momento nos hemos dejado llevar por la
emoción del momento y llegamos ya no a hacer, a decir, y muchas veces eso que
se dice hace más daño que haber hecho algo.
Muchas veces se apuesta por dejar pasar las cosas, que el
tiempo cure aquello que causó lo que se dijo o hizo, como si el tiempo
perdonara por sí mismo las cosas. Pero el tiempo ayuda, no hace solo las cosas
y parece que algunos llegan a acostumbrarse a ello y caen inconscientemente en
una actitud cómoda, no se dice nada, se trata de dar vuelta a la página, como
si fuera un, -¿para qué darle vueltas a algo? Deja eso y sigamos adelante.
¿Cómo serían las cosas si a alguien le borraran todos los
momentos desagradables que pasó con otra persona? ¿Y si se tomara a las dos
personas y les pudieran borrar todos esos malos recuerdos? Sería padre, ¿no? Tristemente
lo más seguro es que se cometerían, si no los mismos errores, si otros muy
parecidos.
Al pedir perdón aceptamos que hemos cometido un error y que
no se quiere cometer nuevamente. ¿Por qué no pensar las cosas y no cometer un
error? Claro, pero es más fácil decirlo que hacerlo, si así fueran las cosas
nadie se equivocaría. Seguramente todos han pensado alguna vez por lo menos,
antes de hacer algo y no se equivocó. Pero claro, esos errores no existieron,
no se pueden presumir los “no errores”. ¿Quién podría presumir de no haber
hecho, inconscientemente, sentir mal a alguien?
¿Cuántas veces pedir perdón? Siempre que sea necesario,
siempre y cuando al menos no sea siempre por lo mismo, porque se supone que nos
damos cuenta de lo mal que hacemos y se trata de no repetirlo.
Pero, y si no se pide perdón ¿significa algo? Puede ser que
no se ha notado de lo mal que se hizo.
¿Y si ya se notó el arranque o el error?
¿Vergüenza?
Es duro aceptar que nos equivocamos y más que nos pudimos
haber ido de la lengua, que ofendimos, que hicimos algo que no quisiéramos que
nos hicieran aquello que hemos hecho. Es normal sentirse avergonzado, pero si hemos
sido capaces de hacer o decir algo que pudiera hacer cambiar la imagen que esa
persona tuviera de nosotros, así de esa misma forma, bien podríamos ir aceptar
lo mal que hemos hecho o dicho.
¿Orgullo?
¿Cómo pedir perdón cuando dentro de uno mismo algo nos dice
que no hay por qué hacerlo? ¿Por qué ofrecer una disculpa que no se siente? Que
no se quiere sentir, porque (tal vez) sea una muestra de debilidad, y claro, ¿cómo
mostrar debilidad? Error, no es una muestra de debilidad, al contrario, es una
muestra de que la otra persona es importante para el que pide perdón.
Como sea, es muy fácil cometer un error por la razón que sea
y cualquiera puede equivocarse, la diferencia está en aceptar y reconocer que
se equivocó; en ponerse, al menos por una vez, en el lugar del otro, porque no
se trata de pedir perdón cuando uno mismo cree que algo hizo mal, sino aceptar
que otra persona, sea quien sea, se pudo sentir agraviada con nuestras
acciones.
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